Rubén Darío es considerado el máximo representante del modernismo literario en lengua española. Su obra revolucionó la poesía hispana con una estética sensual, sonora y simbólica, a la vez que filosófica y profundamente espiritual.
En Helios, el dios solar Apolo es una imagen clara del Carro: fuerza solar, control majestuoso, victoria y movimiento hacia la claridad. Darío lo convierte en un canto al poder divino que impulsa la vida, la creatividad y el amor.
HELIOS
¡Oh, ruido divino,
oh, ruido sonoro!
Lanzó la alondra matinal el trino,
y sobre ese preludio cristalino,
los caballos de oro
de que el Hiperionida
lleva la rienda asida,
al trotar forman música armoniosa,
un argentino trueno,
y en el azul sereno
con sus cascos de fuego dejan huella de rosa.
Adelante, oh cochero
celeste, sobre Osa;
y Pelión sobre Titania viva.
Atrás se queda el trémulo matutino lucero,
y el universo el verso de su música activa.
Pasa el dominador, ¡oh conductor del carro
de la mágica ciencia! Pasa, pasa, ¡oh bizarro
manejador de la fatal cuadriga
que al pasar sobre el viento
despierta el instrumento
sacro! Tiemblan las cumbres
de los montes más altos,
que en sus rítmicos saltos
tocó Pegaso. Giran muchedumbres
de águilas bajo el vuelo
de tu poder fecundo,
y si hay algo que iguale la alegría del cielo,
es el gozo que enciende las entrañas del mundo.
¡Helios!, tu triunfo es ése,
pese a las sombras, pese
a la noche, y al miedo, y a la lívida Envidia.
Tú pasas, y la sombra, y el daño, y la desidia,
y la negra pereza, hermana de la muerte
y el alacrán del odio que su ponzoña vierte,
y Satán todo, emperador de las tinieblas,
se hunden, caen. Y haces el alba rosa, y pueblas
de amor y de virtud las humanas conciencias,
riegas todas las artes, brindas todas las ciencias
los castillos de duelo de la maldad derrumbas,
abres todos los nidos, cierras todas las tumbas
y sobre los vapores del tenebroso Abismo,
pintas la Aurora, el Oriflama de Dios mismo.
¡Helios! Portaestandarte
de Dios, padre del Arte,
la paz es imposible, mas el amor eterno.
Danos siempre el anhelo de la vida,
y una chispa sagrada de tu antorcha encendida
con que esquivar podamos la entrada del infierno.
Que sientan las naciones
el volar de tu carro, que hallen los corazones
humanos en el brillo de tu carro, esperanza;
que del alma Quijote, y el cuerpo Sancho Panza
vuele una psique cierta a la verdad del sueño;
que hallen las ansias grandes de este vivir pequeño
una realización invisible y suprema;
¡Helios! ¡Que no nos mate tu llama, que nos quema!
Gloria hacia ti del corazón de tus manzanas,
de los cálices blancos de los lirios,
y del amor que manas
hecho de dulces fuegos y divinos martirios,
y del volcán inmenso,
y del hueso minúsculo,
y del ritmo que pienso,
y del ritmo que vibra en el crepúsculo,
y del oriente intenso
y de la melodía del crepúsculo.
¡Oh, ruido divino!
Pasa sobre la cruz del palacio que duerme,
y sobre el alma inerme
de quien no sabe nada. No turbes el destino,
¡oh ruido sonoro!
El nombre, la nación, el continente, el mundo,
aguardan la virtud de tu carro decundo,
¡cochero azul que riges los caballos de oro!
Espero que lo hayas disfrutado tanto como yo.
Te escucho. Con los arcanos del Tarot sobre la mesa, te ayudo a encontrar claridad, nuevas perspectivas y respuestas a tus preguntas. ¡Escríbeme!
Un taronáutico saludo!